A. DIOS ES JUSTO
Esta
justicia de Dios es invariable e inmutable (Ro. 3:25, 26). Él es infinitamente
justo en su propio Ser e infinitamente justo en todos sus caminos. Dios es
justo en su Ser. Es imposible que Él se desvíe de su propia justicia, ni
siquiera como por una <<sombra de variación>> (Stg. 1:17). Él no
puede mirar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia. Por consiguiente,
puesto que todos los hombres son pecadores, tanto por naturaleza como por
práctica, el juicio divino ha venido sobre todos ellos para condenación. La
aceptación de esta verdad es vital para llegar a un correcto entendimiento del
evangelio de la gracia divina.
Dios es
justo en sus caminos. Debe también reconocerse que Dios es incapaz de considerar
con ligereza o con ánimo superficial el pecado, o de perdonarlo en un acto de
laxitud o debilidad moral. El triunfo del evangelio no radica en que Dios haya tratado
con lenidad o blandura el pecado; sino más bien en el hecho de que todos los juicios
que la infinita justicia tenía necesariamente que imponer sobre el culpable, el
Cordero de Dios los sufrió en nuestro lugar, y que este plan que procede de la
mente del mismo Dios es, de acuerdo a las normas de su justicia, suficiente
para la salvación de todo el que cree en Él. Por medio de este plan Dios puede
satisfacer su amor salvando al pecador sin menoscabo de su justicia inmutable;
y el pecador, que en sí mismo está sin ninguna esperanza, puede verse libre de
toda condenación (Jn. 3:18; 5:24; Ro. 8:1; 1 Co. 11:32).
No es
raro que los hombres conceptúen a Dios como un Ser justo; pero donde fallan a menudo
es en reconocer que cuando Él efectúa la salvación del hombre pecador, la justicia
de Dios no es ni puede ser atenuada.
B. LA AUTOJUSTICIA DEL
HOMBRE
En
completa armonía con la revelación de que Dios es justo tenemos la
correspondiente declaración de que ante la mirada de Dios la justicia del
hombre (Ro. 10:3) es como <<trapo de inmundicia>> (Is. 64:6).
Aunque el estado pecaminoso del hombre se revela constantemente a través de las
Escrituras, no hay descripción más completa y final que la que se encuentra en
Romanos 3:9-18; y debe notarse que, como en el caso de otras evaluaciones
bíblicas del pecado, tenemos aquí una descripción del pecado como Dios lo ve.
Los
hombres han establecido normas para la familia, la sociedad y el estado; pero
ellas no son parte de la base sobre la cual él ha de ser juzgado delante de
Dios. En su relación con Dios los hombres no son sabios comparándose consigo
mismos (2 Co. 10:12). Porque no están perdidos solamente aquellos que la
sociedad condena, sino los que están condenados por la inalterable justicia de
Dios (Ro. 3:23). Por lo tanto, no hay esperanza alguna fuera de la gracia
divina; porque nadie puede entrar en la gloria del cielo si no es aceptado por
Dios como lo es Cristo. Para esta necesidad del hombre Dios ha hecho una
provisión abundante.
C. LA JUSTICIA IMPUTADA DE
DIOS
Como se
ha recalcado en las discusiones previas en cuanto a la doctrina de la imputación,
la importante revelación de la imputación de la justicia de Dios (Ro. 3:22) es
esencial que la comprendamos tanto sobre los principios sobre los cuales Dios condena
al pecador como sobre los principios sobre los cuales Dios salva al cristiano.
Aunque
la doctrina es difícil de entender, es importante comprenderla como uno de los mayores
aspectos de la revelación de Dios.
1. El
hecho de la imputación es subrayado en la imputación del pecado de Adán a la raza
humana con el efecto de que todos los hombres son considerados pecadores por Dios
(Ro. 5:12-21). Esto se desarrolla más aún en el hecho de que el pecado del
hombre fue imputado a Cristo cuando Él se ofreció coma ofrenda por el pecado
del mundo (2 Co. 5:14, 21; He. 2:9; 1 Jn. 2:2). Así también la justicia de Dios
es imputada a todos los que creen, para que ellos puedan permanecer delante de
Dios en toda la perfección de Cristo. Por causa de esta provisión se puede
decir de todos los que son salvos en Cristo que ellos son hechos justicia de
Dios en Él (1 Co. 1:30; 2 Co. 5:21). Siendo que esta justicia es de Dios y no
del hombre y que, según lo afirma la Escritura, ella existe aparte de toda obra
u observancia de algún precepto legal (Ro. 3:21), es obvio que esta justicia
imputada no es algo que el hombre pueda efectuar. Siendo la justicia de Dios, ella
no puede ser aumentada por la piedad de aquel a quien le es imputada, ni tampoco
disminuir por causa de su maldad.
2. Los
resultados de la imputación se ven en que la justicia de Dios es imputada al creyente
sobre la base de que el creyente está en Cristo por medio del bautismo del Espíritu.
A través de esa unión vital con Cristo por el Espíritu el creyente queda unido
a Cristo como un miembro de su cuerpo (1 Co. 12:13), y como un pámpano a la Vid
verdadera (Jn. 15:1, 5). Por causa de la realidad de esta unión Dios ve al
creyente como una parte viviente de su propio Hijo. Por lo tanto, Él ama al
creyente como ama a su propio Hijo (Ef. 1:6; 1 P. 2:5), y considera que él es
lo que su propio Hijo es: la justicia de Dios (Ro. 3:22; 1 Co. 1:30; 2 Co.
5:21). Cristo es la justicia de Dios; por consiguiente, aquellos que son salvos
son hechos justicia de Dios por estar en Él (2 Co. 5:21). Ellos están completos
en Él (Co. 2:10) y perfeccionados en Él para siempre (He. 10:10, 14).
3. En las
Escrituras se nos dan muchas ilustraciones de la imputación. Dios proveyó túnicas
de pieles para Adán y Eva y para obtenerlas fue necesario el derramar sangre (Gn.
3:21). A Abraham le fue imputada justicia por haber creído a Dios (Gn. 15:6;
Ro. 4:9-22; Stg. 2:23), y como los sacerdotes del tiempo antiguo se vestían de
justicia (Sal. 132:9), así el creyente es cubierto con el manto de la justicia
de Dios y será con esa vestidura que estará en la gloria (Ap. 19:8). La actitud
del apóstol Pablo hacia Flemón es una ilustración tanto del mérito como del demérito
imputado. Refiriéndose al esclavo Onésimo, dice el apóstol: <<Así que, si
me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo (imputación de mérito). Y si
en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta (la imputación de
demérito)>> (Flm. 17, 18; cf. también Job 29:14; Is. 11:5; 59:17; 61:10).
4. La
imputación afecta la posición y no el estado. Existe, por lo tanto, una
justicia de Dios, que nada tiene que ver con las obras humanas, que está en y
sobre aquel que cree (Ro. 3:22). Esta es la posición eterna de todos los que
son salvos. En su vida diaria, o estado, ellos se hallan muy lejos de ser
perfectos, y es en este aspecto de su relación con Dios que deben
<<crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo>> (2 P. 3:18).
5. La
justicia imputada es la base de la justificación. De acuerdo a su uso en el
Nuevo Testamento, las palabras <<justicia>> y
<<justificar>> vienen de la misma raíz. Dios declara justificado
para siempre a aquel que Él ve en Cristo. Este es un decreto equitativo, ya que
la persona justificada está vestida de la justicia de Dios. La justificación no
es una ficción o un estado emotivo; sino más bien una consideración inmutable
en la mente de Dios. Al igual que la justicia imputada, la justificación es por
fe (Ro. 5:1), por medio de la gracia (Tit. 3:4-7), y se hace posible a través
de la muerte y resurrección de Cristo (Ro. 3:24; 4:25). Es permanente e
inmutable, pues descansa solamente en los méritos del eterno Hijo de Dios.
La
justificación es más que el perdón, porque el perdón es la cancelación de la
deuda del pecado, mientras que la justificación es la imputación de justicia.
El perdón es negativo (supresión de la condenación), en tanto que la
justificación es positiva (otorgamiento del mérito y posición de Cristo).
Al
escribir de una justificación por medio de obras, Santiago se refería a la
posición del creyente delante de los hombres (Stg. 2:14-26); Pablo, escribiendo
de la justificación por la fe (Ro. 5:1), tenía en mente la posición del
creyente delante de Dios. Abraham fue justificado delante de los hombres
demostrando su fe por medio de sus obras (Stg. 2:21); asimismo, él fue
justificado por fe delante de Dios por la justicia que le fue imputada (Stg.
2:23).
D. LA JUSTICIA IMPARTIDA
POR EL ESPIRITU
Lleno
del Espíritu, el hijo de Dios producirá las obras de justicia (Ro. 8:4) del
«fruto del Espíritu» (Ga. 5:22-23) y manifestará los dones para el servicio que
le han sido dados pon el Espíritu (1 Co. 12:7). Se establece claramente que
estos resultados se deben a la obra que el Espíritu realiza en y a través del
creyente. Se hace referencia, por tanto, a un modo de vida que en un sentido es
producido por el creyente; mejor dicho, es un modo de vida producido a través
de él por el Espíritu. Para aquellos que <<no andan conforme a la carne,
sino conforme al Espíritu>>, la justicia de la ley, la cual en este caso
significa nada menos que la realización de toda la voluntad de Dios para el creyente,
se cumple en ellos.
Esto
nunca podría ser cumplido por ellos. Cuando es realizada por el Espíritu, ella
no es otra cosa sino la vida que es la justicia impartida por Dios.
PREGUNTAS
1. Con
relación a la justicia, ¿qué diferencia hay entre Dios y el hombre?
2.
¿Cuáles son los cuatro aspectos de la justicia revelados en las Escrituras?
3. ¿En
qué sentidos Dios es completamente justo?
4. ¿Hasta
qué punto llega el hombre en su auto justicia y por qué ésta es insuficiente?
5. ¿Por
qué es necesaria para el hombre la justicia imputada de Dios?
6.
¿Cuáles son los resultados de la imputación de justicia en el hombre?
7.
Proporcionar algunas ilustraciones bíblicas de la imputación.
8. ¿De
qué manera afecta la imputación la posición y el estado ante Dios?
9. ¿Cómo
se relaciona la justicia imputada con la justificación?
10.
Contrastar la justificación y el perdón.
11. ¿Cuál
es la diferencia entre la justificación por las obras y la justificación por la
fe?
12. ¿Hasta
qué punto se extiende la justicia impartida por el Espíritu?